Por Mario Waissbluth (La Tercera, 28 febrero 2020)
” En mi propia mente, tengo una cosa clara: el neoliberalismo – entendido como una aplicación “pura” del sistema de mercado – está muerto en Chile. Será reemplazado por un sistema con importantes elementos de las socialdemocracias globales. La desigualdad caerá, pero también lo hará la tasa de crecimiento. Tenemos que hablar de ese “trade-off”. Mi esperanza es que Mario Waissbluth lo haga en su próximo ensayo”. Sebastián Edwards
Se discute virulentamente y hay campañas sobre Apruebo o Rechazo; Convención 100% o Convención Mixta Constitucional; hoja en blanco, etc., y muy poco sobre contenidos. Así, el tema se vuelve un fetiche repleto de consignas. Hay que comenzar a hablar también de lo sustantivo. El cambio constitucional imprescindible es aquel del régimen de gobierno. El país ya no da más con una monarquía presidencial de cuatro años sin reelección, y para peor con elecciones municipales al medio. Las consecuencias son nefastas: a) ningún tema de largo plazo se discute pues casi todos, en los partidos y el congreso, están pensando únicamente en las inminentes competencias electorales y cómo le irá a cada uno en la feria; b) muchos parlamentarios, con un rol más bien decorativo, se dedican coherentemente a… decorar la prensa con sus palabras, mientras más demagógicas y controversiales mejor; c) aunque un gobierno tenga 6% de popularidad, esté en crisis y paralizado, el país está condenado a bancárselo por los siguientes dos o tres años; d) si un presidente lo hace muy bien, igual debe irse a los cuatro años y de todas maneras es pato o pata coja el último año. Extender el período a seis años tampoco sirve, ya que se puede caer igual en los problemas b), c) y d). Tal vez cuatro años con reelección, con las municipales y de gobernadores simultáneamente, podría ayudar, pero no se resuelve el problema de fondo: no hay en el mundo democracias presidenciales exitosas, salvo excepciones ad hoc como la norteamericana, y eso quien sabe con Trump ahí. Los países más integralmente exitosos del mundo son semipresidenciales o parlamentarios, que es casi lo mismo. Hay un presidente (o rey) como jefe de Estado, y un primer ministro que es jefe del gobierno. Los parlamentarios pueden ser a la vez ministros. Si su coalición lo hace mal, ésta se desarma, el primer ministro se va, y hay llamado a elecciones. Si lo hacen muy bien pueden durar diez o quince años. Hay quienes objetan porque en Chile ya hubo una república parlamentaria desastrosa en los años 1891-1925. Falso. Ese fue un engendro, un régimen pseudoparlamentario con constitución presidencialista, y no se puede usar como contraejemplo para matar una buena idea. El desafío es otro, no menor: en este tipo de regímenes, como los de Nueva Zelanda o Suecia que tanto nos gustan, los partidos políticos y los parlamentarios tienen mayor peso político en las decisiones. ¿Cómo transitar en Chile de una situación en que estos actores están totalmente desprestigiados, y con razón, a una en que los partidos se transformen en entes serios, que representen a segmentos importantes con sus diferentes ideologías? Claramente, la solución no pasa por la situación actual, en que cada pequeño aspirante a caudillo forma su propia montonera partidaria. Al ritmo que vamos terminaremos con docenas de micropartidos que se dividen en dos cuando sus cabecillas se pelean a la hora del té. La solución estructural para Chile es un endurecimiento radical de los requisitos para formar y/o mantener partidos políticos – y para ser candidato – con una transición pactada hacia un régimen semipresidencial en los siguientes 4 años. Comencemos a discutir los temas constitucionales relevantes. Ahora o nunca.